Por: Miguel Yilales
@yilales
Había una vez una época en la que el futuro era Los Supersónicos. Televidentes de todas las edades imaginábamos como sería volar en vehículos personales, vivir en ciudades flotantes, viajar con frecuencia a la Luna, tener a nuestra propia Robotina o conectarse en un video chat, tal como lo hacían Súper, Ultra, Lucero, Cometín y Astro en el año 2062.
Muchas de esas invenciones son hoy una realidad y otras están a la vuelta de la esquina en mucho menos tiempo de lo que tardaron en cristalizarse los inventos que soñase un visionario como Julio Verne o los que fantaseó el crítico social H.G. Wells.
Ellos abordaban la ficción de manera magistral, era una lectura emocionante, no porque uno quisiese vivir de las fantasías, sino porque siempre sorprendía que hubiesen podido imaginar algo que en su tiempo era imposible pensar: navegar bajo el agua, las armas de destrucción masiva, las naves espaciales, los grandes trasatlánticos, viajar a través del tiempo o las invasiones alienígenas.
Si el protagonista de “La máquina del tiempo” de H.G. Wells, en su viaje al futuro se hubiese detenido en Venezuela en el 2014, de seguro se encontraba con que un reptil fósil caribeño y un comandante supremo intergaláctico transportaron a un país al pasado, sin necesidad de máquinas especiales o equipos complicados.
Un viaje temporal involutivo al que nos ha obligado el socialismo del siglo XXI, que nos puso a vivir como nuestros antepasados: sin agua potable, sin luz, sin bienes esenciales y usando ramas por medicamentos.
En revolución todo es posible
De ahí que la moda en las redes sociales es promocionar pócimas caseras para las enfermedades, y no es que uno esté en contra de la medicina alternativa y naturista, pero luego de ver los avances de la ciencia regresar a la época de los bisabuelos es como dar un salto al vacío esperando volar como Ícaro.
Así es que sí padece de una afonía o una disfonía le toca tomar cebolla licuada con miel, pero nunca antes de visitar a la novia, al novio, a la amiga o al amigo con derechos o sin ellos; sí tiene mal sudor una buena untada de bicarbonato con limón; sí sufre de fiebres repentinas tome agua de coco; sí le dio paperas, a aparte del reposo para que no se les bajen (así decía mi abuela), hojas de llantén con Hirudoid; y sí le sube la bilirrubina, no como a Juan Luis Guerra, la cura con un brebaje de raíz de onoto.
Con esto podrían impulsar que los egresados de la carrera de medicina en nuestras universidades, y como a estos revolucionarios les gusta cambiar todos los nombres, en vez de médicos salgan graduados de curanderos comunales, más acorde con estos tiempos.
Asimismo tenemos que volar es otro invento del siglo XX que quedó obsoleto y en desuso. En Venezuela aquello de que en avión se hace un viaje placentero, cómodo y rápido fue un vicio burgués, capitalista e imperialista erradicado por esta revolución bonita.
Las terminales aéreas parecen cualquier cosa menos un aeropuerto, de hecho solo faltan las gallinas en jaulas, los cerdos correteando en chiqueros y la gente ordeñando cabras y vacas, para sentirse que la máquina del tiempo lo trasladó a uno a pleno siglo XV, con sistemas de aire acondicionados inexistentes, itinerarios impredecibles y horarios dependientes del destino, el tarot y la confluencia astral.
Es que en Venezuela es preferible viajar por tierra, para no sentir el bochorno de escuchar a la azafata agradecer al pasajero por haberlos escogido como su línea aérea de transporte (como si hubiese otra opción), para luego presentar excusas por “los retrasos involuntarios” de 6, 7 y hasta 10 horas.
Volver al futuro
Para los que vimos viajar en el tiempo a Marty McFly y al “Doc” Emmett L. Brown a bordo de un DeLorean, esta era la posibilidad de ir al futuro a conocer lo que nos deparaba y regresar luego de averiguar los resultados deportivos o viajar hacia el pasado a corregir todas las sandeces que cometimos y pretendemos no recordar.
Como desearíamos tener ese DeLorean, viajar al pasado reciente y corregir, no los errores personales que a fin de cuenta es lo que somos, sino los errores colectivos que tanto daño le han hecho al país.
Es que a cada instante se nos presentan oportunidades para enmendar los entuertos, pero repetimos las mismas fórmulas que nos llevaron al fracaso en estos 16 años, pareciera que la estupidez, que como dijera Einstein es infinita, en nuestro caso, lamentablemente, no nos deja salir del pasado y volver al futuro.
Llueve… pero escampa
Fuente: http://llueveperoescampa.blogspot.com/